Por: Adriana Romero
Para hablar de la devoción a la Virgen primero debemos entender bien que significa devoción.
Devoción es un movimiento de amor o admiración con prácticas religiosas no obligatorias dentro de nuestra fe, y todas tienen como fin, ayudar a los creyentes a seguir mejor a Jesús, (como ejemplo: asistir los domingos a misa es una práctica obligatoria, rezar el rosario es una práctica opcional.)
En el caso de la Virgen, desde los primeros cristianos existió devoción y veneración por ella. Fíjate que digo veneración, NO ADORACIÓN, porque la adoración es solo para Dios, pues es un modo de manifestar nuestra dependencia de Él, y aunque la Virgen tiene un lugar especial en nuestra religión, la devoción por ella surge de su maternidad divina y el lugar que Dios le designo en el plan de salvación, en donde ella tiene un papel esencial, pero el protagonista sigue siendo Jesús y todas las acciones de la Virgen nos llevan a Él.
Los protestantes afirman que la devoción a María no se basa en la Sagrada Escritura, algunos dicen que es una ofensa a Cristo, otros nos dicen que María no siempre permaneció virgen y tantas cosas más, pero como lo vimos en el Blog pasado donde hablamos sobre María, es mencionada desde el Génesis, ella a diferencia de Eva se sometió a la voluntad de Dios al dar el sí y aceptar ser la madre de Jesús sin condición alguna. Cristo hizo su primer milagro público por intercesión de ella, Él nos la dejo como madre cuando estaba en la cruz, y como a nuestra propia madre debemos amarla, defenderla y hablarle.
Yo te pregunto a ti, ¿te gustaría que hablaran mal de tu mamá? o que dijeran que no merece un lugar especial en tu corazón, o que no debes hablar con ella ¿lo aceptarías?, si Jesús nos la dejo como madre ¿Quién puede negar la dignidad de la Virgen María, escogida por Dios para ser la madre de Cristo y madre nuestra?
Es por eso que como católicos le oramos, de esta manera hablamos con ella, al ser nuestra madre le pedimos que interceda por nosotros, que nos enseñe tal como una madre lo hace en la vida cotidiana con su ejemplo, le damos el lugar que merece como madre de Dios y el amor que hay en nuestro corazón por ser madre nuestra. La admiramos y queremos seguir su ejemplo de humildad y sometimiento a la Voluntad Divina, y todo esto lo expresamos a través de la devoción a sus diferentes advocaciones, así se cumple lo que dice el Evangelio.
“Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48)
La devoción que se tiene a María no queda en ella, se dirige a Jesús, por eso los católicos la tenemos como la principal intercesora que aboga por nosotros ante la Trinidad.
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