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EL RESPETO DE LA VIDA HUMANA NACIENTE Y LA DIGNIDAD DE LA PROCREACIÓN

Foto del escritor: La ResurrecciónLa Resurrección

POR: Pbro. Usbaldo Castaño

La cultura contemporánea producto, como hemos ya visto, del pensamiento débil dominante y del consumismo, no reconoce la postura ética de la Iglesia y sus principios. Es así como, en alternativa, prosperan otros principios minimalistas y destructivos. Estos son:


· La reducción del concepto de “persona humana” sólo a quienes tienen ya vida propia, sana y productiva. Los no nacidos, los enfermos crónicos y los ancianos improductivos, según este principio, pierden el derecho a vivir y la vida deja de ser valor fundamental y trascendente.


· El intento descarado de dominar artificialmente los procesos de procreación humana. El biólogo, hoy, es “procreador” y, mañana, lo será el Estado. La función de los esposos, desde luego, ya no es la de colaborar con Dios en la transmisión de la vida.


· El establecimiento de una “ética utilitarista” que justificaría todo en nombre de la eficiencia, del resultado, de la utilidad y del consenso social. Lo económicamente útil sería el nuevo criterio de moralidad y la opinión de la mayoría la fuente del bien y del mal moral.


· La “autonomía y la neutralidad ética” de la ciencia y de la biomedicina, o sea, la superioridad de la ciencia respecto a todo imperativo moral y a toda norma. Por ser la ciencia y la técnica acciones humanas, evidentemente, no pueden prescindir de la moralidad y, por lo tanto, de ninguna manera pueden ser consideradas éticamente indiferentes.


Considerar la “libertad como un principio absoluto” y sin límites éticos. Al desvincularse la libertad de la verdad, el hombre se cree dueño y señor de la vida y de la muerte. Si por encima de la libertad no hay nada, es él quien decide lo que está bien y lo que está mal, lo que es bueno y lo que es malo, entonces todo será relativo al juicio y al criterio de cada quien. El relativismo que surge de esta manera de concebir la libertad seguirá haciendo siempre más estragos en la sociedad.


Principios y criterios teológicos para valorar éticamente las intervenciones médicas sobre los procesos de la vida.


La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el día 22 de febrero de 1987 publicó la instrucción “Donum Vitae” (DV), totalmente dedicada a los temas y problemas de la bioética y, más exactamente, sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación. La instrucción, después de unas premisas fundamentales, afronta tres grandes problemas, que conservan aún su actualidad e importancia. Lo hace en sus tres partes:


Primera parte: El reconocimiento de la dignidad del embrión, o sea, del ser humano desde su concepción hasta su muerte natural y la ilicitud de todo tipo de manipulación embrionaria.


Segunda parte: La dignidad peculiar de la procreación humana en su contexto original de pareja legítima por medio de la unión sexual y en el respeto de sus finalidades y la ilicitud de la procreación asistida u artificial.


Tercera parte: La relación entre ley moral y ley civil y la correspondiente urgencia de que las autoridades políticas lleguen a un código normativo “planetario”, en este campo, en beneficio de la humanidad.


La instrucción DV elabora otros principios a través de las siguientes cinco “premisas”:


1. Investigación biomédica y enseñanza de la Iglesia.

La Iglesia, mientras reconoce lo positivo del progreso de la biomedicina y su necesidad, afirma también sus únicas finalidades, que son la terapéutica y la de servir a la vida en todas sus etapas, en el respeto de los valores y los derechos de la persona humana. Las técnicas deben facilitar y no dominar los procesos de la vida humana.


2. Ciencia y técnica al servicio de la persona humana.

En esta segunda premisa se declara el carácter moral sea de la ciencia como de la técnica. Ciencia y técnica, por estar al servicio de la persona humana, no pueden jamás ser consideradas como “éticamente neutrales”. Una ciencia sin conciencia no induce sino a la ruina del hombre y confiarnos ciegamente de la técnica como única fuente de progreso sin ofrecer, al mismo tiempo, un código ético, que encuentra sus raíces en esa misma realidad que se estudia, equivaldría a violentar la naturaleza humana con consecuencias devastadoras para todos. Finalidad de las ciencias es la de facilitar los mecanismos de la procreación y no de dominarlos.


3. Antropología personalista e intervenciones biomédicas.

Es muy importante, para lograr principios correctos de valoración moral, afirmar con firmeza nuestra antropología cristiana. Concebimos al ser humano como “totalidad unificada”, como persona dotada de tres dimensiones: corporal, espiritual y social. El cuerpo humano, desde luego, no puede ser reducido a un mero complejo de tejidos, órganos y funciones. Las intervenciones biomédicas deberán de respetar, en todo momento, esa identidad del hombre “corpore et anima unus” . La antropología cristiana, además, interpreta la vida humana del varón y de la mujer como llamada a una especial participación en el misterio de la comunión personal con Dios. Los bienes y valores específicos de unión y de procreación, propios del matrimonio, hacen posible, a la pareja humana, el convertirse en reflejo permanente de este misterio de comunión personal y determina así los límites, en el plano moral, de las intervenciones artificiales sobre la procreación y el origen de la vida humana.

4. Criterios fundamentales para todo juicio moral.

En esta cuarta premisa se dictan los dos criterios fundamentales que se deben tomar siempre en cuenta para todo juicio moral sobre las técnicas de procreación artificial humana:

· La inviolabilidad de la vida desde su concepción.

· La originalidad de su transmisión en el matrimonio y del matrimonio.

Lo que es técnicamente posible no es, por esa sola razón, moralmente admisible.


5. Las enseñanzas del magisterio.

En esta premisa encontramos las razones teológicas que sustentan los dos criterios fundamentales anteriores. Se nos dice que la vida de todo ser humano es siempre inviolable y debe ser respetada porque es “criatura de Dios”; que la procreación humana y el don de la vida debe de acontecer en el matrimonio, mediante los actos específicos y exclusivos de los esposos, porque solamente ellos están llamados por Dios a ser sus “colaboradores”.


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